Hay objetos tan cotidianos en nuestro entorno que uno apenas repara en ellos hasta que un buen día, esos objetos cobran inesperadamente todo su sentido, o quizá lo pierden para siempre. Hace más de dos años alguien puso una caja de plástico en la redacción donde trabajo. Allí van a parar los tapones de las botellas de agua que consumimos. También alguien, de vez en cuando, se encarga de vaciarla y llevarse los tapones “para el niño que está enfermo”.
Sí, ese niño con nombre y apellidos que vive en nuestra ciudad, o a pocos kilómetros de ella, sobre el que todos hemos leído alguna noticia, sobre el que nos han contado que necesita un tratamiento muy caro para superar su enfermedad, o una silla de ruedas que su familia no puede costear, o someterse a una operación que la Seguridad Social no cubre. Ese niño cuya carita hemos visto quizá en alguna foto en el colegio de nuestros hijos, donde nos han pedido que llevemos los tapones que recogemos a diario en casa. Ese niño al cual nuestros hijos se refieren como si fuera uno más de su clase: “Mamá, tengo que llevar al colegio los tapones para el niño enfermito “…
Hoy, mientras trabajaba, un compañero se ha acercado con una botella de agua en una mano mientras sostenía el tapón en la otra y me ha dicho: “¿Sabes que el niño para el que recogíamos los tapones ha muerto?”
Silencio. Frío. Incredulidad. Escuchaba a mi compañero relatar lo dura que había resultado la batalla de este pequeño y su familia por luchar contra su enfermedad, pero mi cabeza se había ido lejos.
Imaginaba a unos padres impotentes por tener que recurrir a la solidaridad en forma de tapón para curar a su hijo
Pensaba en sus padres, abrumados y agradecidos quizá por la solidaridad de muchos ciudadanos anónimos que ya han incluido en su rutina el gesto de guardar los tapones para donarlos por una buena causa. Pero también imaginaba a unos padres impotentes por tener que recurrir a la solidaridad en forma de tapón para poder ayudar a su hijo, porque en el macabro juego de la ruleta les tocó la casilla de un sistema injusto que se ensaña con los más débiles. ¿Quién quiere curar a su hijo a base de kilos y kilos y más kilos de tapones donados de forma altruista en un proceso en el que alguien, seguramente, obtiene algún beneficio antes de que llegue el dinero recaudado a ese niño enfermo?
He buscado con la mirada la caja de plástico que un día apareció en la redacción “para el niño que está enfermo”…¿Y ahora, qué haremos con los tapones? Me han dado ganas de tirarlos a la basura.