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He invadido su cuerpo. Y también su alma, su pensamiento, su vida. Me he convertido en su obsesión, en el motivo de su desesperación, de su insomnio, de su tristeza y también de su ira, de su negación, de su emoción contenida cuando está delante de los demás y de sus lágrimas cuando está sola. Hasta hoy.

Han pasado unas semanas desde que alguien pronunció mi nombre delante de ella, sí, ese que aún hoy, muchos evitan. Y ella se quedó muda, palideció, se estremeció. Desde entonces, las idas y venidas al hospital han sido continuas. Las pruebas y los diagnósticos se han mezclado con numerosas llamadas de teléfono, con visitas a su casa, con multitud de palabras de ánimo, pero ella ha permanecido ausente, como si fuera a despertar de la pesadilla de un momento a otro. Como si en realidad no le estuviera pasando a ella. Hasta hoy.

Hace unos días despertó de la operación con una venda que le oprimía el torso. Aún confusa por la anestesia, le explicaron que le habían extirpado finalmente todo el pecho porque yo trataba de expandirme a otras partes de su cuerpo. Yo había ganado la primera batalla. Hasta hoy.

Ha vuelto a casa. Está débil, cansada, pero quiere retomar cuanto antes su rutina. Se ha metido en la ducha con cuidado, como ha hecho en los últimos días, y hoy, como ayer, como anteayer, ha vuelto a palpar con su mano la hendidura que se aloja donde antes estaba su pecho, y ha rozado con su dedo la herida todavía tierna. Pero hoy, después de volver a llorar, de mirarse al espejo, de secarse las lágrimas, de observar su cuerpo, me ha llamado, al fin, por mi nombre. Cáncer. Cáncer de mama.

Hoy después de volver a llorar, de mirarse al espejo, de secarse las lágrimas, de observar su cuerpo, me ha llamado, al fin, por mi nombre. Cáncer. Cáncer de mama

Ha dejado de temblarle la voz, y el pensamiento. Y me ha dicho con voz firme que, al igual que un día, de forma inconsciente, me dejó entrar en su vida, ahora, de forma muy consciente, me va a expulsar.

Le ha caído el pelo, no tiene ni siquiera pestañas, la comida le sabe a rayos, la angustia es su compañera casi cada día, su cuerpo está extremadamente débil y enferma con facilidad, le duele el brazo junto a su pecho ya inexistente y lo nota hinchado, pero hay otros dolores invisibles que aún le hacen sufrir más… Tiene miedo por si no puede ver crecer a sus hijos, miedo por si deja de ser atractiva a los ojos de quien la ama o de quien está por llegar porque yo he usurpado parte de su belleza, miedo por si no puede realizar tantos proyectos aparcados para otro momento…¿Y si no llega ese momento?

Hay días en que prefiere ausentarse del mundo e incluso parece que se entrega a mí, pero existe en ella una fortaleza interior que, aunque brille tenue, no se apaga. Y entonces vuelve a resurgir, y busca su pañuelo más bonito para tapar su calva, y se pinta los labios para salir a la calle, y dibuja su mejor sonrisa, “porque no pienso dar pena -me dice- y porque, mira por dónde, has venido a dar luz a mi vida”.

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Ha transcurrido casi un año. Me habla de tú a tú con tanta seguridad que he dejado de ser un cuerpo extraño en su propio cuerpo para ser parte de su vida, pero de la anterior, porque ha trazado una línea con el pasado para vivir el presente y no pensar demasiado en el futuro. Porque ya no me teme.  Me ha vencido. Desde el mismo día en que me llamó por mi nombre, aunque ella entonces ni siquiera lo supiera.

19 de octubre, Día Mundial del Cáncer de Mama.

Dedicado a mi madre y a todas las mujeres que habéis superado un cáncer o estáis, ahora mismo, llamándole por su nombre. Porque para mi sois ÚNICAS y el mejor ejemplo de que la vida hay que amarla como hacéis vosotras.

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Sobre mí

Marina Vallés Pérez (25/05/1976). Natural de Teulada (Alicante). Licenciada en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente soy periodista autónoma.



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