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Viernes. 10 de la mañana. Tras la puesta en común para decidir qué noticias contaremos hoy en los informativos y distribuir el trabajo, cada uno vuelve a lo suyo. La mañana discurre con sus sonidos habituales: la radio al fondo, la máquina de café, el tecleo de los dedos en el ordenador, el teléfono. También lo hace con las caras habituales, las de los periodistas que trabajamos a diario en la redacción. Y entonces aparece Mónica, que ya no es tan habitual porque su puesto de trabajo está en la planta baja. Sube sigilosa al primer piso, se planta en la redacción y nos dice con voz suave, casi como si fuera a darnos un recado banal: “Vengo a daros una buena noticia: mi niño se ha curado”.

Nos levantamos de nuestras sillas dando gritos de alegría, la abrazamos emocionados y rápidamente la rodeamos buscando saber más. Mónica sonríe, contiene la emoción y nos cuenta que por fin ayer, dos años después de que los médicos le diagnosticaran leucemia a su hijo Camilo, el pequeño, que ahora tiene seis años, está curado. “Tu hijo está perfecto”, le dicen los médicos tras las pruebas definitivas, a lo que ella les responde: “define perfecto”. Cómo habrá sido el sufrimiento y la angustia, pienso, para que la palabra “perfecto”, salida de la boca de un médico, no la convenza del todo.

Nos reímos con ella, le preguntamos qué dice su niño y nos cuenta que esa misma mañana, cuando ha ido a llevarlo al colegio, sus compañeros lo felicitaban, a él y a su hermana Candela, que también ha tenido que vivir su propio duelo siendo una niña.

Mónica sigue allí, de pie, rodeada por todos nosotros, y nos da la enésima lección de entereza y de superación. Mientras habla, la observo y me recuerda al protagonista de la película “La vida es bella”, Roberto Benigni, que empleó la fantasía y la imaginación para proteger a su hijo del horror de un campo de concentración nazi. Durante los dos años de tratamiento de Camilo en el hospital La Fe de Valencia, Mónica ha tenido el coraje y la sabiduría de no esconderle a su hijo cómo de duros y dolorosos iban a ser los tratamientos que le iban a suministrar pero al mismo tiempo, ha sabido envolver el dolor con enormes dosis de imaginación y optimismo:

-“Camilo, hoy te van a hacer una transfusión, pero es genial porque vamos a poder elegir la sangre del super héroe que tú quieras. ¿Cuál querrás hoy?”

-¡Quiero la de Hulk, mamá! Pero, ¿es roja? ¿No es verde?

-¡Nooo, cariño, la de Hulk es rooooja!

Con la misma discreción con la que ha subido a la primera planta, Mónica se dirige a la segunda para compartir la mejor noticia que se pueda dar con los compañeros de la  televisión. La escena se repite. Todos la rodean y ella, feliz, gesticula, cuenta, comparte.

Durante estos dos años, Mónica nos ha hablado de leucocitos, glóbulos blancos, tamaño de agujas y otros muchos términos médicos que me veo incapaz de reproducir, con una increíble soltura. En este tiempo ha ejercido de médico, de enfermera, de profesora cuando su niño no ha podido ir al colegio, de madre pendiente de su otra hija y de tantas otras cosas que sólo ella, su marido Camilo y su entorno, sabrán bien. Sus visitas al trabajo durante el tiempo que ha cuidado de Camilo han sido escasas pero lo ha hecho siempre con una sonrisa admirable, con su melena transformada en corte a lo chico a la par que Camilo recibía sus sesiones de quimioterapia y con su discreto lazo dorado, que simboliza el cáncer infantil, luciendo siempre en su ropa, en la parte izquierda, justo sobre su corazón.

El viernes, en el trabajo, hubo fiesta grande. Nos diste tú LA NOTICIA.

Gracias por tu ejemplo, por tu valentía, por tu fuerza, Mónica.

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Sobre mí

Marina Vallés Pérez (25/05/1976). Natural de Teulada (Alicante). Licenciada en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente soy periodista autónoma.



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