Hace unos días, mientras leía un artículo del escritor Francesc Miralles, me topé con la expresión wabi sabi. El autor aclaraba el significado de estas palabras, procedentes de la cultura japonesa, y que pueden resumirse en “la belleza de la imperfección”. Me cautivó aquel significado e indagué un poco más.

Averigüé que wabi, en términos generales, significa «la elegante belleza de la simplicidad», mientras que sabi se refiere al paso del tiempo y el subsiguiente deterioro. La unión de ambas palabras encierra un significado que me dio que pensar, ahora que hemos cerrado un año para empezar otro.

Mirar atrás al 2024 para hacer balance puede ser que nos haya dejado un saldo positivo si fue un año en el que gozamos de buena salud, si quizá logramos alcanzar algunos de nuestros propósitos; si conseguimos retos que parecían imposibles; si disfrutamos de aquello que más nos gusta, ya sea viajar, leer, aprender o compartir tiempo con amigos y gente querida. También puede que el año que hemos dejado atrás haya arrojado un balance negativo, bien sea porque sufrimos una desgracia, porque nuestra salud se vio mermada, porque algún ser querido se marchó para siempre, porque tuvimos que dejar ir a alguien o porque nuestros objetivos se quedaron sólo plasmados en papel.

Sin embargo, después de conocer el término wabi sabi, pensé que quizá cabría añadir una tercera opción a la hora de los balances: la de aceptar y, sobre todo, apreciar la belleza de nuestra imperfección. Ni todo ha sido tan brillante, ni todo ha resultado tan desastroso. Ni ha sido un año para enmarcar ni tampoco para borrar. Porque lo bueno, si hemos sabido apreciarlo, nos ha hecho crecer como personas, nos ha permitido disfrutar y sentir una inmensa gratitud. Y lo malo, si hemos sabido aceptarlo, nos ha convertido en personas resilientes, más experimentadas y preparadas para el siguiente envite. Que los habrá.

La cultura japonesa también se refiere a la filosofía del wabi sabi desde un punto de vista estético. Uno de los ejemplos que mejor definen este concepto es el del jarrón desportillado. Ese viejo objeto desconchado es la viva imagen de la imperfección, pero también de la belleza de lo simple y del implacable paso del tiempo.

Aceptar que nuestra vida es imperfecta no le resta belleza ni valor. Aceptar que somos impermanentes, que nada es para siempre, nos debería recordar que cada día cuenta, por imperfecto que resulte. Nuestro paso por el 2024 seguramente ha dejado más de un desconchado, algún fragmento roto y varias astillas. Sin embargo, seguimos siendo ese jarrón en pie, imperfectamente bello. Vamos a por el 2025.

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Sobre mí

Marina Vallés Pérez (25/05/1976). Natural de Teulada (Alicante). Licenciada en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente soy periodista autónoma.



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