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Para empezar, busco la palabra etiqueta en el diccionario de la Real Academia Española (RAE). Entre varias acepciones, escojo estas dos:

1. Pieza de papel, cartón y otro material semejante, generalmente rectangular, que se coloca en un objeto o en una mercancía para identificación, valoración clasificación, etc.

2. Calificación estereotipada y simplificadora

Y aunque pueda parecer absurdo, conviene comparar estos dos significados. El primero, se lo adjudicamos a los objetos. El segundo, a las personas. Con la diferencia de que el primero es un cuerpo inerte, no piensa, no siente, no sufre, no llora, no ríe, no tiene miedo. El segundo es un ser vivo, y como tal, debería vivir en igualdad de condiciones con sus semejantes y no llevar la etiqueta que le convierte en alguien diferente porque los demás decidimos que “es raro”.

En la clase de mi hijo hay un niño diagnosticado con Síndrome de Asperger, incluido dentro de Trastorno de Espectro Autista (TEA). Es un niño sano, fuerte, inteligente, sensible, con una imaginación que ya quisieran muchos, y como los demás, tiene sus días buenos, sus días menos buenos, y se ríe mucho, pero también llora, porque, entre las cosas que he aprendido de este trastorno, dicen los expertos que las personas que lo padecen tienen dificultades a la hora de relacionarse con otras personas, no entienden las bromas absurdas, tampoco saben ver los sentimientos e intenciones de sus interlocutores y jamás mienten, por lo que tampoco entienden que otro pueda hacerlo.

¿Os imagináis, por un momento, estar en la piel de un niño que no entiende las bromas de sus amigos o que no ve venir la mala intención de alguno de ellos en sus juegos diarios? El miedo a sufrir, a sentir una y otra vez el rechazo de sus compañeros o a ser la “víctima” de sus juegos, acaba por aislar a estos niños que en el fondo, como el resto, sólo desea jugar y ser uno más de la pandilla.

El miedo a sufrir, a sentir una y otra vez el rechazo de sus compañeros o a ser la “víctima” de sus juegos, acaba por aislar a estos niños

¿Y qué tal ponerse en la piel de la madre o el padre de ese niño, ese con el que nadie quiere jugar, ese que es el diferente, ese que es víctima de las burlas de los pequeños y los chismes de los mayores?

No se trata de tener compasión de estos pequeños, porque no son, por fortuna, niños enfermos, sino que padecen un trastorno que dificulta, sobre todo, sus habilidades sociales. Pero los demás no se lo ponemos precisamente fácil para convivir con este déficit social.

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Los científicos aseguran que una identificación y una acción temprana del trastorno, unido a un buen ambiente familiar y a una adecuada respuesta educativa, facilita mucho que los niños y niñas Asperger mejoren sus relaciones sociales y sean capaces, en la edad adulta, de controlar sus emociones para evitar un mayor sufrimiento.

Y mientras la ciencia hace su camino, ¿qué nos queda al resto de la sociedad? Dejar las etiquetas para los objetos. Como solemos decir, “cada niño es un mundo”, y efectivamente, con sus virtudes, sus defectos, sus manías y sus bondades, los niños tienen derecho a tener una infancia feliz.

Los padres hacemos un flaco favor a nuestros hijos cuando etiquetamos a cualquier persona, y más aún cuando nos referimos a alguno de sus compañeros de clase y además lo hacemos con algún apelativo peyorativo, ya sea por el comportamiento de ese niño o bien por el hecho de que sus progenitores nos caigan mejor o peor. Y en cambio, les ayudamos a fomentar valores como la tolerancia y el respeto si les hacemos ver que nadie es mejor que nadie, y que jugar y ser feliz no es patrimonio sólo de unos cuantos.

Al final, todo se reduce a una sola palabra: empatía. Y de nuevo acudo a la RAE:

Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.

Qué sabias las palabras. Sobran las etiquetas.

 

NOTA:

Si estáis interesados en conocer algo más sobre el Síndrome de Asperger, podéis consultar la web de la Federación Aspeger España. En La Safor también hay una asociación, ASTEA Safor, que se ocupa de de ayudar a las personas que sufren este trastorno y a sus familias. Podéis consultar su web, www.asteasafor.es.

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Sobre mí

Marina Vallés Pérez (25/05/1976). Natural de Teulada (Alicante). Licenciada en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente soy periodista autónoma.



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