Ha costado 916 mujeres asesinadas por sus parejas en los últimos 14 años en nuestro país; 19 niños y niñas asesinados por los maltratadores de sus madres en ese mismo tiempo; violaciones y abusos sexuales; discriminaciones salariales insultantes por hacer el mismo trabajo que un hombre; consejos de administración, cúpulas empresariales y puestos directivos sin una sola mujer; vejaciones, humillaciones, paternalismos y condescendencias por ser el “sexo débil”; el abandono de muchos proyectos laborales para cuidar de los hijos o de los mayores; el silencio de demasiadas mujeres durante demasiados siglos de sometimiento a la hegemonía patriarcal. Ha costado demasiado, pero ha llegado el día, el momento.
El próximo jueves, 8 de marzo, tendrá lugar la primera huelga feminista de la historia en España, un paro que secundarán mujeres de 177 países del mundo. Saldremos a la calle a reclamar lo que se nos ha negado por el hecho de ser mujeres: la igualdad de oportunidades.
Desde que el movimiento feminista lograra el hito histórico de unir esas dos palabras, “huelga” y “feminista”, me he dedicado a observar con atención los comentarios y reacciones del universo masculino que puebla mi pequeño entorno. Y he comprobado que, en general, reina el escepticismo, cuando no la incomprensión y hasta el sarcasmo por tener que dejar de hacer, por un día, nuestros quehaceres, para que el mundo masculino se dé cuenta de que la otra mitad no tiene los mismos derechos ni las mismas oportunidades.
No todos los hombres son iguales, como de hecho reivindican muchas mujeres. Yo también me sumo a esa forma de pensar. Tengo la suerte de conocer, convivir y trabajar con hombres leales, respetuosos, cómplices, amigos, con hombres inteligentes, sensibles, con hombres que saben escuchar, compartir, pero soy consciente de que no todas las mujeres, ni mucho menos, pueden siquiera exigir a los hombres el respeto que se merecen como personas.
Pero yo quiero pensar, por ingenuo que parezca, que la revolución cultural que implica conseguir la igualdad de género real debemos hacerla de la mano, hombres y mujeres. Escuchaba estos días a la periodista Ana Isabel Bernal-Triviño describir algunos conceptos feministas, entre los que nombraba a los “aliados”. Son precisamente ellos, los hombres que reconocen que esa desigualdad de género existe y que quieren luchar junto con nosotras para que sea cada vez menor.
“Aliados” son los hombres que reconocen que la desigualdad de género existe y que quieren luchar junto con nosotras para que sea cada vez menor.
Octavio Salazar, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba, autor del libro El hombre que (no) deberíamos ser, decía recientemente en una entrevista que “las mujeres llevan siglos planteándose su lugar en la sociedad mientras que los hombres nunca lo han hecho. La gran revolución pendiente del siglo XXI es la masculina”, añadía este profesor.
Yo tengo un hijo pequeño y aspiro a que él y las futuras generaciones de hombres entiendan la igualdad como la liberación del ser humano con independencia de su sexo, tal como lo ha planteado el movimiento feminista desde hace varios siglos. De momento las cifras no ayudan. Uno de cada cuatro jóvenes ve “normal” la violencia de género y se ha triplicado el número de menores detenidos por violencia machista. Como dice el profesor Salazar, “hay un retroceso en lo afectivo, en lo sexual. Las chicas están viviendo un espejismo de igualdad y los chicos reproducen el modelo del macho hegemónico, que es el que les venden las redes, la música, las películas. El malote, el chulo, el hombre de verdad”.
Si no nos aliamos, si no luchamos juntos, va a costar todavía más asesinatos de mujeres y sus hijos, más abusos sexuales, más techos de cristal, más brechas salariales. Más machismo.