La pantalla de mi móvil se ilumina. Recibo un whatsapp del gabinete de prensa de la Conselleria de Sanitat con la actualización diaria de datos de fallecimientos, altas y nuevos contagiados por COVID-19. Abro el documento con el corazón en un puño. En la ciudad donde vivo y trabajo como periodista hay un brote de coronavirus cuyo número de contagios aumenta cada día de forma exponencial. Busco en la nota de prensa y compruebo, con alivio, que la cifra de hoy es bastante más baja que la de los últimos días.
Quiero convencerme de que la situación empieza a controlarse, pero en mi fuero más interno se desata el diálogo que mantengo a diario conmigo misma. ¿Cuánto de lo que contamos los periodistas es real? ¿Cuántas cifras inexactas, incongruentes y falsas vertemos a la opinión pública porque las fuentes oficiales dicen que es así y cuesta mucho contrastar? ¿Cómo es posible que, a día de hoy, las autoridades sanitarias sigan sin aclarar cuánta gente, realmente, ha muerto en nuestro país a causa del coronavirus? ¿Cuántos nombres propios hemos dejado por el camino porque se imponen los números y no las personas que han perdido la vida en esta pandemia?¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar los medios de comunicación en esa carrera alocada por ser los primeros en dar la cifra de muertos y brotes diarios ? A veces parece que seamos contables más que periodistas.
Esta pandemia ha convertido el periodismo en una retahíla diaria de números de enfermos, de muertos, de multas, de parados, de lugares confinados. Y resulta extenuante, durísimo, tristísimo
Amo mi profesión, que se supone debe contar historias, sacar a la luz injusticias, denunciar a los que las cometen, contar también las cosas buenas que le pasan al mundo…pero esta pandemia ha convertido el periodismo en una retahíla diaria de números de enfermos, de muertos, de multas, de parados, de reservas anuladas, de viajes cancelados, de locales cerrados, de lugares confinados, de aforos limitados. Y resulta extenuante, durísimo, tristísimo.
El oyente, el lector o el espectador tienen la potestad de elegir si apagan la radio, la televisión o dejan de leer los periódicos, pero los periodistas nos debemos a la información, a la noticia, y ello nos ha llevado a entrar en un bucle de desesperanza que empezó en el mes de marzo y que parece no tener fin.
No cabe ningún tipo de comparación con otros profesionales que están en el mismísimo corazón de la batalla, sobre todo los sanitarios, a los que las administraciones han fallado y abandonado a su suerte durante demasiado tiempo. Tampoco pretendo generar ninguna compasión, cada uno se debe a su trabajo. Sólo constatar que esta parte de la historia que nos ha tocado vivir y contar nos ha obligado a tener que hablar de personas que ya no están con la frialdad de un titular, a apartar de nuestras agendas historias y situaciones que requieren salir a la luz pública pero que ahora son secundarias, y sobre todo, a convivir a diario con la muerte, la enfermedad y la incertidumbre. Las hemerotecas del futuro rezumarán dolor. Demasiado.