Estos días he asistido con una mezcla de fascinación y nostalgia a las noticias sobre el aterrizaje del rover Perseverance de la NASA en Marte. Fascinación por lo complejo de la misión, completada a millones de kilómetros de la Tierra después de años de trabajar en ella. Nostalgia porque es una de las pocas buenas noticias que ha llegado a nuestro planeta desde que se declarara la pandemia del coronavirus, y porque además está llena de referencias positivas: perseverancia (como el nombre del rover) talento, inteligencia, ciencia, brillantez…todo ello puesto al servicio del progreso.
El aterrizaje en Marte me ha recordado, de alguna manera, a la expectación que generó la llegada del hombre a la Luna en 1969. Otro viaje épico que marcó un hito en la historia y que recientemente rememoraba en un capítulo de The Crown. En aquel momento solemne en que Neil Amstrong narraba al mundo lo que estaba sintiendo al pisar la superficie lunar, uno de sus compañeros, Buzz Aldrin, le dijo:
–Parece muy hermoso desde aquí, Neil
A lo que Amstrong contestó:
–Posee una belleza inhóspita
Aldrin siguió los pasos de Amstrong y en cuanto puso sus pies sobre la superficie lunar, la describió como una escena de “magnífica desolación”.
¡Qué dos expresiones más potentes! ¿Cómo algo bello puede ser inhóspito? ¿Y cómo la desolación puede ser magnífica? Me recreo en las definiciones de los astronautas del Apolo 11, que por momentos parece que estuvieran describiendo la Tierra desde la Luna.
Y es que tengo la amarga sensación de que todo se desmorona a nuestro alrededor, de que nuestro paisaje habitual se ha tornado “fino y polvoriento, capaz de descomponerse con el pie”, como definió Amstrong aquella superficie lunar. La pandemia y sus gravísimas consecuencias me llevan a pensar que vivimos, justamente, en esa doble cara entre lo bello que supone estar vivo y sentir y lo inhóspito que se ha vuelto nuestro presente; la magnificencia de seguir en pie pese a todo y la desolación de vernos envueltos en un día a día al que le faltan abrazos y mucha esperanza.
¿Es posible, aun así, ver la luz en medio de las tinieblas?
Galileo Galilei escribió en 1632 esta hermosa reflexión: “si pudierais ver la Tierra iluminada desde un lugar tan oscuro como la noche, os parecería más espléndida que la Luna”. Quizá, como los astronautas, deberíamos tomar distancia, contemplar más allá de nuestro ombligo, tener altura de miras, unir talentos, sinergias, dejarnos de miserias políticas y discusiones banales, ponerle una alfombra roja a la ciencia, convencernos de que, si hemos sido capaces de llegar primero a la Luna, después a Marte, también podemos lograr para todos una existencia habitable y digna aquí en la Tierra. ¿O será pedir la luna?